
Hoy muero por ser esa Jane joven que escucha atentamente a Katherine. La edad, le dice esta última, no te libra de equivocarte. Si acaso te permite equivocarte con mucha seguridad. Tanta que seguramente los demás no sepan que te has equivocado, pero eso, créeme, no le quitará sufrimiento a tu equivocación. Pero es que si fuera así, sería muy aburrido, porque acertar siempre le quita valor a la vida. Y si algo valoramos las que hemos dejado de contarnos las arrugas y hemos aprendido a convivir con ellas, es cada uno de los días en que la emoción nos arruga el corazón. Para bien o para mal. Hace un mes me pasé dos semanas metida en casa, llorando como una adolescente, diciéndome a mi misma lo estúpida que era. Me había enamorado de ese operador de cámara, el que tiene una gran barba como de vikingo. Sí, aquí donde me ves, tenía hasta la última cana chisporroteando. Cuando empezamos a rodar, la verdad es que ni me había fijado en él, vamos que yo venía aquí a lo mío. Y no me cuentes cómo pero una de esas noches en las que terminas a las tantas, pero estás tan excitada por el rodaje que necesitas hacer algo para poder irte a casa y no subirte por las paredes, acabé paseando por medio Manhattan con el vikingo. Y de la misma manera acabamos en mi casa. Y en mi cama. Al día siguiente, lo pasó mal el pobre, creo que no sabía dónde esconderse. Hasta me pidió perdón por haberse atrevido a meterse en mi cama. Pero fíjate, para eso sí que es buena la edad, te quita la vergüenza de raíz. En fin, que me ocupé de que llegara al set antes que yo y le aseguré que no tenía de qué preocuparse, esa noche no iba a cambiar para nada nuestra relación en el trabajo. Imposible, noté que buscaba cualquier excusa para estar cerca, para venir a hablarme, que me miraba más de la cuenta. Y me empecé a sentir muy cómoda con la situación, me dejé llevar… a mis años. Cuatro meses hace, pero antes de que pasaran los dos primeros meses ya sabía que esto no iba a ningún lado, que yo ya no aguanto a nadie mucho tiempo, que necesito mi espacio, mi tiempo, mis rutinas. Que me sale la vena egoísta y no quiero compartir el sofá ni tener que tirar del edredón para mi lado. Y mi vikingo estaba enamorado hasta las trancas. Que me miraba y si le devolvía la mirada delante de los demás se ponía del color de las gambas de Denia. Así que, como te decía, hace un mes me armé de valor y le dije que ya estaba. Y me sentí fatal. Y lloré como tantas otras veces. Y pensé como tantas otras veces que tenía que madurar. Y me repetí una y otra vez que a ver si aprendía de una vez. Porque en el fondo ya sabía que esto iba a pasar y si ya lo sabía, ¿por qué me había enredado en sus barbas? Pues porque como te digo, soy vieja, me lo recuerdan mis rodillas cada día, pero no soy más lista y aunque supiera que me estaba equivocando, aunque supiera que el pobre vikingo iba a acabar hecho polvo, me metí en el fregao de cabeza. Una vez más. Y créeme, no será la última.