No ketchup, please.

New York hot dog style.

New York hot dog style.

Hoy muero por hincarle el diente a este manjar de dioses, sí ya se que es un vulgar perrito caliente, además con lo básico, ni cebollita frita, ni chucrut, ni pepinillos agridulces. Pero para mi es como darle un bocado a la ingenuidad, sí eso es, para mi la ingenuidad sabe a hot dog callejero. Y a estas alturas de mi vida de vez en cuando necesito una vuelta a las aceras, y comer por pocos dólares y mancharme la boca de mostaza y limpiármela con la mano y recordar, necesito recordar por qué estoy aquí. Y necesito volver a ser crédula. Confiada. Necesito volver a pensar que vine aquí a desarrollar mi vocación, a dar rienda suelta a todo eso que me bullía por dentro y que en mi ciudad natal no conseguía sacar. Tengo que volver a pensar, al menos por un momento, que tengo talento. Y que estoy en este negocio por mi talento y sólo por mi talento. Y si no consigo volver a pensar eso no podré pisar de nuevo una alfombra roja, ni subirme a unos tacones, ni llevar carísimos trajes, ni sonreír a los fotógrafos, ni hacer gestos cariñosos a mi novio-contrato de la temporada. Con cada bocado de salchicha, suena poco evocador, pero la vida no es Broadway, vuelvo a recordar los nervios que tenía en mis primeras audiciones. Cuando me aprendía de memoria los textos fonéticamente porque no tenía ni papa de inglés. Cuando iba sin maquillar a las pruebas porque creía que mi arte se entendería mejor desnudo, sin aditivos. La amalgama de vete tú a saber qué, que lleve esta carne, me transporta a cuando gastaba hasta el último dólar en una entrada para cualquier obra del Off, y llegaba la primera a la sala porque quería respirar el aire del teatro sin contaminar por el público, quería intuir cualquier pequeño movimiento tras las cortinas del escenario, quería que mis ojos estuvieran suficientemente acostumbrados a la oscuridad cuando se apagasen las luces y se abriera el telón para no perderme ni siquiera un segundo. Pero debo estar haciéndome mayor, porque  de un tiempo a esta parte un sólo hot dog no es suficiente, necesitaría tres o cuatro. Y eso supondría saltarme la dieta y quizá no entrar en ese traje que ha elegido por mi una estilista y que no es sólo un traje. Es  un gesto de amistad por mi parte para con ese diseñador que tuvo un pequeño traspiés en su carrera y que ahora vuelve, humildemente, a tocar en la puerta del Olimpo de los trajes de photocall. Una muestra de mi carácter benévolo y de mi comprensión de las debilidades humanas para con esos que, en algún momento de su vida se descarrían, pero que sobre todo son capaces de volver con el rabo entre las piernas. Pues eso, que necesitaría tres o cuatro perritos callejeros para olvidar que de mi talento desnudo interesaba más el desnudo que el talento. Y que no necesité grandes conocimientos de literatura inglesa para entender la profundidad de los textos que tenían mis papeles. Y que había que agradecer la confianza que depositaban en mi, a puerta cerrada. Eso sí, a puerta cerrada en mi propia caravana que para eso era una estrella. Y que tendría que negar cualquier relación con ese productor casado, aunque hasta mi madre hubiera visto las fotos en el periódico local de la fiesta que dio en su barco y donde entre copa y copa de champagne me juraba, y yo le creía, que dejaría a su mujer en cuanto volviéramos a tierra. Y en fin, que la vida no suele ser tampoco como en las pelis de la sobremesa de los domingos. Pero que  siempre nos quedará París, aunque mi París sea un puesto de perritos en cualquier acera de Nueva York.

4 pensamientos en “No ketchup, please.

  1. Acabo de descubrir tu blog, y me encanta. Si algo he aprendido es que fracasar significa que por lo menos lo has intentado, otros no se atreven. El fracaso te enseña, te prepara y te hace saborear más el éxito. Los fracasos te acercan al éxito, así que cuando fracaso también lo celebro. En España fracasar nos averguenza pero en otros paises es un valor que tienen muy en cuenta. A por ello.

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